El cazador de sueños

Había empezado el frío a golpe de hierro, una carambola rocambolesca entre Semedo y Piqué dejaron el balón caprichoso en los pies de Mertens. Fue un buen augurio, existe una máxima en el fútbol, que reza: ‘quien perdona, lo termina pagando’.

Messi siempre aparece.

Apareció la emergente figura imperial del central francés colgándose de la luna, para romper el hielo, que dejó a los ardientes napolitanos al borde del abismo. El Barça es un equipo esquizofrénico, sin horizontes, sin timonel desde el banquillo, abandonado a su suerte, pero claro, en ese equipo también habita un cazador de sueños y no es un cazador cualquiera. Fue en la segunda escaramuza cuando Messi volvió a dejar su impronta, en una de esas jugadas que perduran en la retina de la memoria e hipotecan las perfidias. En un resquicio alojó el esférico dentro del atril enrevesado de maleza, como un funambulista anda por la cuerda floja. Lo demás ya forma parte de la historia.

Héroes y villanos futbolísitcos.

Por entonces, el Barça estaba en plan arrollador (se gustaba). Una jugada trenzada a tiralineas se convirtió en el delirio y en la rabia. El rubio jugador holandés con cara de niño la puso con el exterior dibujando la comba perfecta, para que Messi volviera a inventar su enésima obra de arte. Estábamos en dones de alegrías, cuando hizo acto de presencia un villano llamado Çakir, como si se tratase de una película de malditos condenados. Uno de esos mercenarios a sueldo del madridismo, para impedir la rublica merecida y artística de Messi. Aún tardaría Çakir una eternidad en pitar el penalti más clamoroso de la historia del fútbol mundial. Pero era tan clara la patada del grandullón y tosco central del Napoli, que la decisión aunque remolona y contrariada en el gesto del turco villano, era inevitable.

El despertar del sueño.

Pero como sucede en todos los sueños, siempre termina despertándote la cruda e implacable realidad. En el segundo acto de la escena, Quique Setién se cargó lo que debería haber sido una victoria apabullante y de enjundia, de esas que haces que te respeten por los confines del reino, con la traición y la cobardía impuesta por bandera.

PD: Feliz por pasar a cuartos, pero autocrítico y preocupado con un entrenador que cada día se parece más a Valverde, que el propio Ernesto…

Ricky Sanmartín